Salgo corriendo de casa. Llego tarde a trabajar. Pero mi cuerpo necesita café. Voy al bareto de la señora Pepita. La mujer es lenta, no lo puede remediar. La parsimonia corre por sus venas, como por las mías la ansiedad.
El local siempre vacío, pero ella al pie del cañón, por si acaso. Por si acaso entro yo a pedir un cortado.
Hoy no he tenido suerte. Olor a fritura y la señora Pepita hablando por teléfono. Tengo prisa y la señora bla bla bla sin atender mi petición. Le dice a su sobrina que no se olvide de entregar el sobre cuando le lleven el paquete, que de ello depende el futuro. Por fin cuelga y me sirve el cortado. Disculpa, me dice, era urgente. No se preocupe, respondo, he estado a punto de irme, pero no creo que me echen por diez minutos de retraso. Trabajo aquí al lado. ¿Aquí al lado?, se le iluminan los ojos. Hazme un favor, si no es mucha molestia.
La señora busca debajo de la barra y me entrega un paquete. Deposítalo aquí al lado, me dice, y te darán un sobre. No te olvides, de ello depende el futuro.
Llego tarde a trabajar. Entrego el paquete aquí al lado y me dan el sobre. En el sobre hay una carta de despido. Que no vuelva más, que muchas gracias por las croquetas de la tía Pepita, pero a mí ya no me necesitan.
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