Como todos los sábados, Golinda, vas a la librería de Blas. Llegas sofocada y de mal humor.
- Hola Blas.
- Llegas tarde hoy.
- Hay un tráfico del carajo.
- ¿No has venido en metro?
- No, cada vez me gusta menos. No soporto los vapores de mis congéneres. Si es que a esos individuos se les puede considerar de mi especie…
- La rarita eres tú. Esos individuos serán gente normal que va a trabajar, digo yo…
- Cómo se nota que no coges el metro.
- ¿Has cogido el 600?
- Qué remedio. Hoy me encuentro indispuesta. No me apetecía ser sardina enlatada en los subterráneos de esta ciudad. Pero no sé qué ha sido peor. No tolero los atascos y cruzar la urbe en mi estado ha sido una heroicidad. Casi muero de ansiedad y dolor.
- ¿Otra vez la regla?
- Sí, cada mes la regla. Ya podía ser cada año. La barriga me estalla y no paro de sudar, me chorrean la frente y las manos, además de lo de abajo.
- Ahórrate detalles.
- No sé si podré hacer gran cosa hoy, no quiero empapar los libros, los deformaría. Esto es indecente. Ya desde los nueve años sufriendo estas atrocidades.
- Sí, ya me acuerdo. Fuiste la primera niña de nuestro curso. Qué precocidad.
- He sido precoz en casi todo.
- Lástima que ahora te estés quedando atrás.
- ¿A qué te refieres?
- Ya me entiendes… También lo digo por mí. A nuestra edad la gente ya se ha independizado y tiene su propia familia o, al menos, está en ello… A nosotros nos queda un largo camino todavía…
- Bueno, tal vez no. Un día de estos tengo que confesarte algo.
- ¿Qué?
- Ya te lo contaré. Ahora me encuentro mal.
- ¿Te has tomado la pastilla para el dolor?
- Sí, pero ya no me hace efecto. No sé qué va a ser de mí. Tenía que haberme quedado en casa. Pero, ya que he hecho el esfuerzo, imploro paciencia. Buscar aparcamiento ha sido la segunda odisea del día. Casi me mato con una mentecata que quería quitarme el sitio.
- Bueno, tranquila, ve a tomar un café y relájate.
- ¿Café? ¿Quieres que estallen mis nervios?
- Pues tila.
- No, no. Me sentaré un rato aquí.
- Cuando hayas descansado arregla aquella estantería.
- A sus órdenes, mi capitán.
- Deja la sorna. Yo tampoco estoy católico.
- ¿Qué te pasa? ¿Te duelen los huesos? ¿Crees que va a llover?
- No es eso. Es igual, déjalo. Pienso demasiado y no es bueno. Me encuentro solo, simplemente. Estoy en una etapa de gran dilema existencial. Y no me gusta. En fin, dejémoslo. No tengo ganas de hablar. Tengo que cuadrar números y la contabilidad, ya lo sabes, no es lo mío.
- Recuerda que a última hora tengo clase de inglés, aunque no sé si mi cuerpo aguantará.
- Ya podrías ir a inglés entre semana y no precisamente el sábado.
- También voy entre semana. Pero ¿qué culpa tengo yo que la clase de conversación la hagan los sábados? Si supieras lo vital que es para mí aprender cuanto antes este idioma…
- No lo entiendo, no sé qué empeño te ha cogido, pero tú sabrás…
- Es posible también que me apunte a un curso de cocina.
- Tú y los cursillos…
Blas se mete en la trastienda taciturno. Golinda, tú crees que está pensando en ti. Crees que has dado en el blanco. Que le has dejado con la intriga, que sus neuronas trabajan para averiguar qué estás planeando, qué tienes que confesarle… Crees que está triste porque percibe que ha habido un punto de inflexión en tu vida y no has sido capaz de contarle qué sucede, tú, su amiga tan especial… Está celoso. Pero te equivocas. Él está abstraído en sus cosas, se encuentra en una fase crucial en su vida, ¿no lo ves? No quieres verlo, sólo te preocupas de ti misma. Le quieres mucho, sí, tu amigo del alma, pero no te interesa que piense demasiado, a ti ya te están bien las cosas tal y como están. No piensa en ti, no lo pretendas, déjale espacio. Al pobre le pesa su soledad, tú no lo entiendes, y para colmo, en la trastienda le espera una mesa repleta de facturas, albaranes y demás papeles.
Archivadores que no archivan, carpetas que no encarpetan, cajones que no contribuyen al orden, pues lo que contienen nadie lo sabe,… Como herramientas de trabajo: una calculadora, bloc de notas, lápices y bolígrafos que seguramente no escriben y una caja de hojalata para la recaudación diaria. Un caos entre tanta literatura. Los números no son de nadie, nadie los quiere, pero allí están, no hay más remedio si se quiere llevar el negocio. Sólo hacienda y la paciencia se reúnen cada mes en un punto del cerebro de Blas para sacar algo en claro.
Tú te desentiendes. Te gustaría ayudar, pero ¿qué puedes hacer? Tu talento no está para perder el tiempo en números. Eso no te pertenece. Pobre de ti, bastante tienes con lo tuyo ¿verdad? Mírate, ahí sentada, agonizando porque tienes la regla, despatarrada en la silla… ¡Qué imagen! Si ahora entrara un cliente… Intentas que se te pase el dolor usando técnicas de relajación: inspirar, expirar, inspirar, expirar… Tu pensamiento vuela hacia Nueva Orleans. Tienes que contárselo ya. Se acerca tu cumpleaños, iréis a cenar por ahí como todos los años y se lo dirás. ¿Te tomará por loca? ¿Cruzar el charco para encontrarte con tu amado? Ni siquiera sabe que tienes amado… Los amigos son los amigos. Sólo tienes uno, pero puedes dar gracias.
Fragmento de GOLINDA (Escribir o morir), Ediciones Atlantis
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