- ¿Estás repasando la Constitución, Golinda? A ver si apruebas esta vez...
- Me la sé al dedillo. ¿Qué pasa papá, no confías en mí? ¿Tengo yo la culpa de que la mayoría de las plazas estén asignadas de antemano?
- Yo no lo creo. Sería una estafa.
- ¿Acaso te extraña?
- Antaño tal vez, ¿pero ahora?
- Ahora es peor. Ahora la dictadura se disfraza de democracia. ¿Crees realmente que a alguno de ésos le importa el populacho?
- ¿Por qué eres tan incrédula? ¿A quién habrás salido?
- La vida me lo ha enseñado, papá. Y los libros. Puedes dar gracias que no soy conformista. Y eso, en parte, te lo debo a ti. Siempre decías que debía apuntar alto y no abatirme ante la adversidad.
- Tu madre era tan fuerte y decidida. Puro coraje y dulzura.
- Exactamente igual que yo. He salido a ella. No te preocupes, papá. Sacaré la oposición y las cosas nos irán mejor. Podrás disponer de tu pensión íntegra.
- Supongo que me darás parte de tu sueldo. Los funcionarios ganan bien.
- Ya veremos cómo nos organizamos.
- La cena está lista. Pon la mesa, por favor, estoy cansado.
- Ahora no puedo, estoy escribiendo...
- Hija…
- ¿Por qué estás cansado? ¿Qué te pasa?
- Me hago viejo, Golinda. ¿No te das cuenta?
- Estás hecho un chaval.
- Estoy estupendo para mi edad, pero son ya setenta y cinco. Tengo achaques, hija.
- Venga papá, te duele la espalda porque has estado otra vez con el taladro y el martillo. No debes hacer esfuerzos, ya lo sabes. Ni subirte a la escalera de modo tan arriesgado. Pero poner dos platos y dos vasos... eso sí puedes hacerlo.
- He vuelto a ganar a la petanca. Necesito más estantes para poner mis trofeos y como tú no me ayudas...
- Estoy escribiendo papá, trato de afilar mi talento, mi destreza con la pluma…; no puedo perder el tiempo ni dejar pasar la inspiración. En mi cabeza hierven ideas apasionantes y sería un sacrilegio no dejar constancia de ellas. Debo escribir y plasmar sobre papel lo que surge de este alma tan especial que tú y mamá habéis creado. Un sentimiento puro y maravilloso, aunque incomprendido por la mayoría. Debo liberar mis sensaciones, papá. ¿No pretenderás tú también censurarme, cortarme las alas?
- Yo no quiero cortarte nada, cariño. Tan sólo me gustaría que colaboraras un poco. Soy viejo, hija mía, y ya no puedo con todo. Pon la mesa y cenamos. Después escribe cuanto quieras. He preparado coliflor con patata.
- Puedes jurarlo. Su esencia ha invadido la casa. No he podido concentrarme desde que ha empezado a hervir. Apesta. ¿Acaso quieres matarme? Odio la coliflor.
GOLINDA (Escribir o morir), Ediciones Atlantis
Estoy de acuerdo, el aroma a coliflor no es buen compañero de la inspiración.
ResponderEliminarUn placer.