Aquí estoy de nuevo contigo, dios de las pequeñas teclas, para hacerte partícipe, como ya es costumbre, de mis tribulaciones. Debería sentarme frente a ti todos los días, todas las noches, desgastar tus letras y llegar al estado milagroso en que los dedos se mueven solos, posesos, obsesos, sometidos a una fuerza sobrehumana, mística. Ansia desbordante, necesidad inexcusable. De hablar. De sacar lo que hay dentro. Porque sí, hay vida y esperanza, mucho espíritu comprimido en cincuenta kilos de carne. Un soplo de alma que se escapa, a veces, del cuerpo, en esas ocasiones divinas, y se mete en ti, dios de las pequeñas teclas. Eres testigo. Ahora estoy en el empeño de escribir otra novela. ¿Qué te parece? Necesito adentrarme en otras vidas. Y así lo haré. Intercalaré mi realidad de vez en cuando, porque inevitable es, pero me emplearé a fondo para que mis personajes me abduzcan. Necesito escapar de este día a día mío que me resulta cada vez más difícil, caprichoso y estéril. ¿Qué me queda? Lo he meditado en serio: o me marcho de aquí, a algún lugar donde nadie me conozca, donde la existencia no consista en una frenética cuenta atrás, donde puedan vivirse los días respirando, sin ahogos (pobre ilusa); o me dejo la piel en un último esfuerzo por abrirme camino en la sociedad que me ha tocado. Lo voy a intentar, antes de dejarlo todo, voy a intentarlo a través tuyo. Me propongo escribir una historia y vivirla. Si lo consigo, me curaré. Estoy segura. Si funciona habré descubierto el antídoto a mi apatía, a mi dolor. Será como inyectarme luz. Para iluminar mis pasos.
Antes de dejarlo todo... Puñetera trampa. Siempre caigo. ¿Qué es todo? Precisamente porque no siento nada, casi cojo la maleta y desaparezco. Mis sueños no se han cumplido. Me he estafado a mí misma. Me convencí solita para creer en una vida posible, la felicidad al alcance de mi mano. Lo único que alcancé fue polvo. Pregúntale al polvo y te dirá lo que ha visto. Que los días son largos, que pasan despacio y, en cambio, los años parecen minutos. Aquí estoy sentada, tecleando para transmitirte el pensamiento, ahora de mis treinta y cinco años. Antes fueron quince, veinte, veinticinco y treinta. Pasan los lustros y yo sigo aquí, igual, sólo se mueven los dedos… y las entrañas. Y a mi alrededor nacen y mueren primaveras. Llueve y nieva. Yo sigo sentada. El mundo se mueve y padezco. La existencia me puede. No sé dónde estoy; el tiempo y el espacio se funden en un único plano y mis ávidos sentidos investigan esta nueva dimensión. Una percepción inaudita. No parecen detectarla muchos, aunque a veces descubro entusiasmada que existe gente como yo. Sí, la hay. Los he leído.
GOLINDA
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